viernes, setiembre 02, 2005

No te enamores nunca de aquel marinero Bengalí

- ¿Cuándo vas a ser capaz de afrontar las cosas?
- Cuando dejen de disparar.
Héroes, de Ray Lóriga.

1.
Se encontró con Carolina en un parque cerca al puente Primavera. El parque se llamaba César Vallejo. Era un lugar absolutamente neutro. Allí nadie los encontraría.
- ¿Dónde estabas?
- Olvidé que tenía que recoger un paquete en La Molina.
Carolina lo besó apenas estuvo a una distancia adecuada. Palpó con las manos, a la altura de la cintura de Mario, la caja envuelta en una bolsa negra. Mario la cargaba con delicadeza, sosteniéndola con ambas manos. Habían acordado verse un par de veces por semana. Coincidieron en que la clave para que algo dure no está en la dedicación, ni en el trato, ni en nada. El ser humano está acostumbrado a despreciar todo lo que se te pega al cuerpo como chicle.
- ¿Cómo se llama tu enamorado? -preguntó Mario, una vez que Carolina recostó su cuerpo sobre el de él, sentados en una de las bancas de aquel parque. Carolina lo miró entonces con un par de ojos redondos y brillosos, pendiente de cada movimiento. Cada frase era crucial. Por lo pronto, sus ojos eran enormes. Y ella decía:
- Renato. Se llama Renato...
Mario asintió.
El pelo de Carolina tenía el mismo olor de su cuello.
- ¿Por qué?
- Simple curiosidad.
Carolina paseó los dedos por el hombro y la camisa de Mario.
En seguida, Carolina le reprochó:
- ¿Sabes? A veces no sé lo que soy. No sé si soy tu amiga o tu aparato para olvidar el dolor.
Mario no supo qué responder.
Poco a poco se fue haciendo de noche. Mario recordó el sol de la tarde y la cara de El Vendedor en La Planicie. Había llegado a aquella casa con una sonrisa en la cara. Era jueves, y de los edificios intactos de aquella zona residencial en La Planicie caía un sol y un aire capaces de matar a Mario.
- Aquí tienes.
El Vendedor le alcanzó un paquete envuelto en una bolsa negra. Mario movió la cabeza de arriba a abajo en signo de aprobación. Luego revisó el paquete.
- ¿Dónde la consigues? -le preguntó.
- Si lo supieras tendría que matarte.
Luego miró a su alrededor y vio los árboles, la pileta y la imagen de César Vallejo. Los postes de luz aún no se habían encendido iluminando el parque de amarillo como en un sueño. Serían las cinco y media de la tarde. El piso estaba helado, y apenas se podían distinguir formas alrededor. Todo estaba cubierto por una especie de neblina. Carolina negó con la cabeza.
- No es justo que le haga esto a mi enamorado.
Mario revisó la mercancía envuelta en aquella bolsa negra. Eran moños de marihuana del tamaño de una flauta partida en varios pedazos. El tallo parecía un lápiz verde y sonaba exactamente igual a uno al romperlo.
- ¿Qué yo hago aquí? -preguntó Carolina, sujetando su cabeza con ambas manos
Mario la miró. En seguida se le cruzó por la cabeza la idea de que ella era muy buena, de verdad, era muy buena. Era bonita. Tenía un aire a la protagonista de una película francesa que había visto hace poco. Le dijo:
- Mira. No me vengas con preguntas existenciales.